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Nombre: Mr. Woodstock
Ubicación: México, Distrito Federal, Mexico

Escritor, Publicista, Consultor, Aventurero, Alegre, Amigable, Filósofo.

viernes, marzo 09, 2007

LOS CONDÓMINOS

Compartimos ruidos, aromas, portazos, la falta de higiene en el colector de basura. No obstante siempre nos sentimos extraños, recelosos. Somos condóminos por accidente, y por accidente resulté ser el condómino del 33.
Los condóminos somos incapaces de brindarnos apoyo, nos sentimos solos, por eso observamos por las ventanas buscando descubrir aspectos íntimos de nuestros vecinos, pero aceleramos el paso cuando nos topamos con otro por el mismo pasillo.

Un día, el hijo de la condómino del 42 fue mordido por el perro, de la vecina del 48.
Entonces la cosa comenzó a tomar sentido, los bandos se fueron definiendo. En realidad pocos nos conocíamos entre sí, pero lo importante era no quedar al margen de la primera batalla general de condóminos. Para ser sincero, lo de los bandos fue sólo un decir, porque la guerra fue de todos contra todos.
Se sellaron las ventanas, las puertas fueron reforzadas por barrotes de hierro. Las reglas estipulaban que se valía de todo: acuchillados, acribillados y hasta dinamitados. Los muertos quedaban sangrantes en las afueras de cada casa o "áreas comunes" sin que nadie se atreviera a recogerlos.
Las únicas restricciones en las reglas eran las siguientes: sólo estaba permitido combatir por las noches y se prohibía dañar las antenas de Sky o Cablevisión. En las mañanas, los condóminos salían con sus trajes y sus corbatas; sus bolsos y sus tacones. Saludaban con un impersonal "buenos días, vecino", recogían a sus muertos y los arrojaban al colector común.
Después salían hacia sus respectivos trabajos; las escuelas hacía tiempo que habían sido clausuradas. Por la tarde, los condóminos regresaban con nuevas provisiones de alimentos y armamento.

Yo, en realidad, no he combatido. Sólo he recibido, sin consecuencias, tres atentados. Paso las noches viendo televisión, y en ocasiones, escribo, sólo-por-escribir.
Sorpresivamente tocan a mi puerta. Tomo mi escopeta recortada y, por el ojo mágico, observo una figura enana y deforme; al abrir cautelosamente, descubro una niña como de seis años con su inseparable muñeca degollada bajo el brazo. La niña me sonríe y dice:
"señor: ¿no tiene niños que jueguen conmigo?


¡Hasta mañana!