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Nombre: Mr. Woodstock
Ubicación: México, Distrito Federal, Mexico

Escritor, Publicista, Consultor, Aventurero, Alegre, Amigable, Filósofo.

martes, agosto 11, 2015

Contradicción
La mayoría le tememos a la muerte, pero algunos la desean y la anhelan tanto que se convierten en suicidas; para ellos la vida pierde todo sentido. La diferencia entre una muerte natural y una voluntaria es que los que se matan saben de antemano la hora, el lugar y cómo van a morir. Tal vez en algún momento todos hemos sentido la tentación de terminar con nuestra existencia; cuando estamos enfermos y abatidos, o bien cuando todo lo que hacemos y emprendemos fracasa, pero sobre todo cuando se pierde la Fe. Aunque parezca raro, el suicidio es más frecuente entre los intelectuales que entre las personas ignorantes.

En el Japón, hasta hace poco tiempo, era un deber ineludible practicarse el hara-kiri si se había perdido el honor, es decir, fallando en cualquier cosa que se hubiese impuesto.
Los sufridos románticos son también candidatos a volarse la tapa de los sesos. Lo que no me queda muy claro es saber si el suicida es un valiente o un cobarde.        

Lo que si les aseguro es que no lo pienso comprobar personalmente, prefiero vivir con la duda.

"Los hombres llaman a la muerte ausente, más no la quieren ver cuando presente".

 El oído del moribundo
Afirman los entendidos que cuando alguien esté cerca de un moribundo deben cuidar mucho sus palabras, porque el último sentido que se pierde es, precisamente, el del oído.
Qué curioso, al revés que cuando estamos sanos.
Las personas llenas de vida suelen, con frecuencia, olvidar que tienen oídos y tan sólo una boca, esto es para que comprendamos que es necesario escuchar más y hablar menos. Lo contrario de lo que generalmente hacemos.

Decimos que hablamos con nuestros hijos cuando en realidad lo que tenemos es un monólogo, sin dejarlos que intervengan; solitos nos contestamos. No pocos maestros nos enseñan, simplemente les encanta escucharse. Colgamos el teléfono de nuestra conciencia para no escucharla cuando nos habla de cosas importantes como la justicia social, la fidelidad, la honradez, el cumplimiento del deber y la responsabilidad. Tenemos que darnos cuenta, a tiempo, de que hablamos mucho y dejamos hablar poco. Tenemos que dejar de pensar que la mejor música para nuestros oídos son nuestras propias palabras y aprender, poco a poco, a escuchar a los demás. ¿A cuántas personas no hemos dejado con la palabra en la boca?  Al amigo que quería darnos un consejo. A los hijos en un momento crucial para ellos. Al joven por considerarlo insensato e inmaduro. Al anciano por considerarlo anticuado y acabado. Y todo por tratar de imponer en vez de convencer.
Poco aprendemos de la vida, entre otras cosas porque no sabemos dialogar, y pocas veces intercambiamos ideas con los demás. Tal vez, tan solo tal vez, esta sea la razón fundamental del por qué antes de morir se afine nuestro oído y nos resistamos a perderlo, porque, aunque tarde, nos damos cuenta de lo mucho que hemos perdido.
 
¡Hasta el próximo!...