La fuga
Los latidos de los perros rasgaron la suavidad de la huída y el hombre moreno tomó de la mano a la mujer morena y corrieron en medio de la pradera. Pronto escucharon el estruendo de los cascos de los caballos y los gritos de sus perseguidores.
-¿Escuchas los latidos de los perros? -dijo la mujer.
-Se están acercando -respondió el hombre.
-¿Qué hacemos?
-No te quedes parada. ¡Vamos!
Y la pareja se precipitó por el monte, apartó con sus brazos las ramas oscuras y se deslizaron por el túnel de la noche.
El hacendado, ojos grises de cazador nocturno, se levantó sobre los estribos y gritó:
-Los latidos de los perros se oyen en dirección al mar. Tratan de llegar a la playa. Luego hizo un disparo y consiguió una respuesta unánime de escopetazos.
La mujer cayó exhausta entre la hojarasca. Con sus grandes ojos negros le dijo a su hombre que la dejara, que mientras a ella la devoraban los perros, él podría llegar hasta el mar. El hombre tomó otra vez la mano de la mujer y reanudaron juntos la huída. Las dos sombras trotaron, luego galoparon mientras oían el andar taimado de los caballos y la rabiosa alagarabía de los perros.
El hombre sonrió cuando fue tocado por la espuma y estalló en una vibrante carcajada cuando descubrió la candela de la barca que los esperaba. Corrieron sobre la playa húmeda, dejaron a un lado el dolor y los calambres y con las bocas abiertas, resecas y anhelantes, con los cuellos tensos, se zambulleron en el aire. De pronto el hombre se detuvo en seco, miró hacia la barca y con rostro ensombrecido, dijo:
-¿Y esos latidos?
La mujer tomó la mano del hombre, la posó sobre su pecho latente, y exclamando le revela:
¡Son los de mi corazón!
¡Hasta el próximo!...
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